SUCESOS ENCADENADOS
Las sirenas de los vehículos eran ensordecedoras. Además de los siete coches de policía que rodeaban el banco desde hacía una hora, una ambulancia se había unido al estruendo sin saber que ninguno de los rehenes iba a necesitar de sus cuidados. Terza continuaba llorando con grandes aspavientos, llevándose las manos a la cara sin importarle que estuviesen llenas de sangre.
—¿Podemos irnos de una vez? En cuanto descubran lo que ha hecho la loca esta, entrarán por asalto y nos freirán a balazos.
Sofro estaba ocupado metiendo los fajos de billetes en maletines, pero quejarse era su forma de entretenerse en un trabajo que, para él, resultaba rutinario: llegar a un banco, intimidar al personal mientras Nieves atranca las puertas, arrancar la puerta de la cámara acorazada, coger todo lo que tenga valor y huir. Esta vez los cadáveres le daban un toque inusual a la situación, pero ese no era su problema: para eso tenían a Pliz.
Terza pareció calmarse un poco cuando Quinta se arrodilló a su lado, pero a los pocos segundos los sollozos volvieron a aumentar de volumen y Sofro dejó escapar un suspiro de exasperación mientras amontonaba los maletines en un carro de la compra. Seconda y Quarta ayudaban a Sofro a sacar el dinero de la cámara y, cuando entre los tres consiguieron vaciarla, se lo anunciaron al resto del equipo.
Los megáfonos de la policía amenizaban el ambiente con una mezcla de amenazas y ofertas demasiado buenas como para ser reales. Lejos de disuadir a los atracadores, esto solo les provocaba el hastío que tan bien conocen los cajeros de supermercados en plena época de villancicos: una vez te acostumbras puedes dejar de prestar atención a esa parte de tu cerebro que tiene ganas de cortarse las venas.
Prima y Sesta dejaron de rebuscan en los cadáveres objetos de valor con los que completar el botín y se reunieron con el resto del equipo al lado de la máquina de solicitar turno. Lo único valioso, a parte de las alianzas que portaban varios de los rehenes, era el collar de perlas que aún permanecía en el cuello de la anciana a la que había pertenecido. Si no lo habían recogido no era por respeto a los muertos, sino porque una cabeza aplastada por un extintor hasta convertirse en un amasijo de carne es un espectáculo que poca gente está dispuesta a observar de cerca. El resto de los cadáveres también mostraba signos de violencia, pero no había ni punto de comparación con el encarnizamiento del que había sido víctima la señora del collar.
Una vez todos estaban seguros de no olvidar nada importante, el grupo miró a Pliz y se hizo el silencio mientras esta esperaba el momento oportuno. A través de los cristales del banco podía verse cómo un grupo policías fuertemente armados se acercaba lentamente hacia las puertas, pero en el interior del edificio la banda de ladrones permanecía tranquila.
Pliz no solía intervenir cuando las cosas iban bien, pero en cuanto algo se torcía el equipo la necesitaba para salir adelante y ella adoraba cuando todos le prestaban atención. Esta vez no tuvo demasiado tiempo para regodearse, ya que por desgracia para ella no tardó en sentir el zumbido en su interior que le indicaba que disponía de suficientes piezas para tratar de resolver el puzle, y ella siempre lo conseguía a la primera.
En cuanto la barbilla de Pliz se hundió levemente y su mirada se perdió en el horizonte, el resto del equipo se preparó para salir de allí pitando en cuanto se presentase la oportunidad. Nunca sabían exactamente lo que iba a pasar, pero sí que necesitaban estar atentos.
Las otras seis chicas comenzaron a acercarse y el contorno de sus figuras se volvió borroso. Nadie sabía a ciencia cierta qué es lo que sucedía a continuación porque, siempre que Sofro trataba de fijar la vista en ellas durante la fusión, comenzaba a marearse y se veía obligado a desviar la mirada hasta que el proceso había concluido. Cuando volvió a fijar la vista en el punto donde antes estaba el grupo, Sofro se encontró con Nieves secándose una lágrima con el dorso de la mano. Terza debía estar realmente afectada si era capaz de seguir influyendo en Nieves pese a no estar desdobladas.
Pliz, sin salir de su trance, extendió una mano ante ella y con el índice trazó un patrón en el aire, como si estuviese conectando unos puntos que solamente ella podía ver. Al acabar, durante un breve instante aparecieron ante ella unos hexágonos brillantes conectados por una línea. Los hexágonos parecían contener símbolos, pero se desvanecieron rápidamente antes de que nadie pudiese distinguir su contenido.
Entonces abrió los ojos y esperó a que los eventos comenzasen a desencadenarse.
No muy lejos de allí, Javier empezó a montar su puesto en la calle mientras despotricaba contra los organizadores de la Feria Esotérica. ¡Por supuesto que sus lámparas de sal eran ecológicas! ¿Cómo se atrevían a dudarlo solo porque esta midiese metro y medio? Dejó la joya de su colección sobre el tenderete y se alejó unos pasos cargado de panfletos para empezar a atraer clientela.
A primera hora de la mañana la cabra les había despertado con sus balidos. Marcela nunca se quejaba, así que cuando el granjero se asomó al establo y se encontró tirada en el suelo a la niña de sus ojos, corrió a por su furgoneta, cargó a su amada cabra y salió a todo gas hacia la ciudad. Marcela se encontraba tan mal que con las prisas el granjero no se molestó en atarla y, aunque Marcela se encontrase mal, no pudo resistirse a la piedra de sal más grande que había visto en su vida.
No había podido encontrar las pastillas de su hijo por ninguna parte así que, después de poner la casa patas arriba y estar a punto de levantar la moqueta, cuando descubrió que Héctor las había escondido porque no quería ir al colegio, estuvo a punto de sacrificar a su primogénito a la primera deidad que se le presentase. Después de dejar al niño en la escuela con el camión, para alegría de todos sus compañeros, puso ruta hacia el almacén con prisas y haciendo sonar el claxon, como si así pudiese compensar la media hora que llevaba de retraso. A penas tuvo tiempo de reaccionar cuando vio una cabra caminando por el medio de la carretera.
En cuanto los idiotas del centro de análisis viesen los nuevos sistemas de refrigeración que acababa de comprar, tendrían que admitir que su laboratorio clínico era el mejor de este distrito y, si se apuraba, de la ciudad entera. Con las manos en la cintura, Julio observaba cómo los operarios descargaban las neveras que iban a suponer su salto a la fama. Con cada bombona de hidrógeno que descargaban en la acera ya podía notar los billetes acumulándose en la cartera que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa. Cuando un camión se abalanzó hacia él de un volantazo, casi no tuvo tiempo de tirarse al suelo.
La explosión se originó a un par de manzanas de distancia, pero aún así barrió el exterior del banco con una potencia suficiente como para disparar la alarma de todos los vehículos y tirar al grupo de policías al suelo. Los atracadores habían permanecido alerta y no necesitaron ninguna señal de confirmación por parte de Pliz para saber que aquel era el momento que habían estado esperando.
Sofro embistió la puerta doble, arrancándola de los goznes y tirándola sobre los policías, algunos de los cuales ya había comenzado a levantarse. Nieves y Pliz corrieron detrás suya, impulsando el carrito lleno de maletines con el dinero hasta la furgoneta de cristales tintados que les esperaba en un callejón contiguo.
—Ya pensaba que no vendríais —Séttima miró al resto del grupo por el espejo retrovisor y pisó el acelerador para arrancar bruscamente en cuanto las puertas del maletero estuvieron cerradas. El movimiento fue tan repentino que el carrito se estampó contra las puertas, golpeando a Nieves, que dejó escapar una maldición. Séttima volvió a mirar al retrovisor para lanzarle un beso a la interfecta—. Te he echado de menos, preciosa.
—Y nosotras a ti —contestó Nieves mientras ayudaba a sus compañeros a afianzar el carro con unas correas para que dejase de dar tumbos dentro del vehículo—. Por cierto, la próxima vez Terza se quedará en el coche y tú te encargarás de tranquilizar a los rehenes.
—¿Y eso? ¿Ha habido algún problema?
Antes de que Sofro tuviese tiempo de comenzar a despotricar, Pliz se abrió camino hasta el asiento del copiloto, encendió la radio y se recostó en este apoyando los pies en el salpicadero.
—En absoluto, hemos estado brillantes.
—¿Podemos irnos de una vez? En cuanto descubran lo que ha hecho la loca esta, entrarán por asalto y nos freirán a balazos.
Sofro estaba ocupado metiendo los fajos de billetes en maletines, pero quejarse era su forma de entretenerse en un trabajo que, para él, resultaba rutinario: llegar a un banco, intimidar al personal mientras Nieves atranca las puertas, arrancar la puerta de la cámara acorazada, coger todo lo que tenga valor y huir. Esta vez los cadáveres le daban un toque inusual a la situación, pero ese no era su problema: para eso tenían a Pliz.
Terza pareció calmarse un poco cuando Quinta se arrodilló a su lado, pero a los pocos segundos los sollozos volvieron a aumentar de volumen y Sofro dejó escapar un suspiro de exasperación mientras amontonaba los maletines en un carro de la compra. Seconda y Quarta ayudaban a Sofro a sacar el dinero de la cámara y, cuando entre los tres consiguieron vaciarla, se lo anunciaron al resto del equipo.
Los megáfonos de la policía amenizaban el ambiente con una mezcla de amenazas y ofertas demasiado buenas como para ser reales. Lejos de disuadir a los atracadores, esto solo les provocaba el hastío que tan bien conocen los cajeros de supermercados en plena época de villancicos: una vez te acostumbras puedes dejar de prestar atención a esa parte de tu cerebro que tiene ganas de cortarse las venas.
Prima y Sesta dejaron de rebuscan en los cadáveres objetos de valor con los que completar el botín y se reunieron con el resto del equipo al lado de la máquina de solicitar turno. Lo único valioso, a parte de las alianzas que portaban varios de los rehenes, era el collar de perlas que aún permanecía en el cuello de la anciana a la que había pertenecido. Si no lo habían recogido no era por respeto a los muertos, sino porque una cabeza aplastada por un extintor hasta convertirse en un amasijo de carne es un espectáculo que poca gente está dispuesta a observar de cerca. El resto de los cadáveres también mostraba signos de violencia, pero no había ni punto de comparación con el encarnizamiento del que había sido víctima la señora del collar.
Una vez todos estaban seguros de no olvidar nada importante, el grupo miró a Pliz y se hizo el silencio mientras esta esperaba el momento oportuno. A través de los cristales del banco podía verse cómo un grupo policías fuertemente armados se acercaba lentamente hacia las puertas, pero en el interior del edificio la banda de ladrones permanecía tranquila.
Pliz no solía intervenir cuando las cosas iban bien, pero en cuanto algo se torcía el equipo la necesitaba para salir adelante y ella adoraba cuando todos le prestaban atención. Esta vez no tuvo demasiado tiempo para regodearse, ya que por desgracia para ella no tardó en sentir el zumbido en su interior que le indicaba que disponía de suficientes piezas para tratar de resolver el puzle, y ella siempre lo conseguía a la primera.
En cuanto la barbilla de Pliz se hundió levemente y su mirada se perdió en el horizonte, el resto del equipo se preparó para salir de allí pitando en cuanto se presentase la oportunidad. Nunca sabían exactamente lo que iba a pasar, pero sí que necesitaban estar atentos.
Las otras seis chicas comenzaron a acercarse y el contorno de sus figuras se volvió borroso. Nadie sabía a ciencia cierta qué es lo que sucedía a continuación porque, siempre que Sofro trataba de fijar la vista en ellas durante la fusión, comenzaba a marearse y se veía obligado a desviar la mirada hasta que el proceso había concluido. Cuando volvió a fijar la vista en el punto donde antes estaba el grupo, Sofro se encontró con Nieves secándose una lágrima con el dorso de la mano. Terza debía estar realmente afectada si era capaz de seguir influyendo en Nieves pese a no estar desdobladas.
Pliz, sin salir de su trance, extendió una mano ante ella y con el índice trazó un patrón en el aire, como si estuviese conectando unos puntos que solamente ella podía ver. Al acabar, durante un breve instante aparecieron ante ella unos hexágonos brillantes conectados por una línea. Los hexágonos parecían contener símbolos, pero se desvanecieron rápidamente antes de que nadie pudiese distinguir su contenido.
Entonces abrió los ojos y esperó a que los eventos comenzasen a desencadenarse.
No muy lejos de allí, Javier empezó a montar su puesto en la calle mientras despotricaba contra los organizadores de la Feria Esotérica. ¡Por supuesto que sus lámparas de sal eran ecológicas! ¿Cómo se atrevían a dudarlo solo porque esta midiese metro y medio? Dejó la joya de su colección sobre el tenderete y se alejó unos pasos cargado de panfletos para empezar a atraer clientela.
A primera hora de la mañana la cabra les había despertado con sus balidos. Marcela nunca se quejaba, así que cuando el granjero se asomó al establo y se encontró tirada en el suelo a la niña de sus ojos, corrió a por su furgoneta, cargó a su amada cabra y salió a todo gas hacia la ciudad. Marcela se encontraba tan mal que con las prisas el granjero no se molestó en atarla y, aunque Marcela se encontrase mal, no pudo resistirse a la piedra de sal más grande que había visto en su vida.
No había podido encontrar las pastillas de su hijo por ninguna parte así que, después de poner la casa patas arriba y estar a punto de levantar la moqueta, cuando descubrió que Héctor las había escondido porque no quería ir al colegio, estuvo a punto de sacrificar a su primogénito a la primera deidad que se le presentase. Después de dejar al niño en la escuela con el camión, para alegría de todos sus compañeros, puso ruta hacia el almacén con prisas y haciendo sonar el claxon, como si así pudiese compensar la media hora que llevaba de retraso. A penas tuvo tiempo de reaccionar cuando vio una cabra caminando por el medio de la carretera.
En cuanto los idiotas del centro de análisis viesen los nuevos sistemas de refrigeración que acababa de comprar, tendrían que admitir que su laboratorio clínico era el mejor de este distrito y, si se apuraba, de la ciudad entera. Con las manos en la cintura, Julio observaba cómo los operarios descargaban las neveras que iban a suponer su salto a la fama. Con cada bombona de hidrógeno que descargaban en la acera ya podía notar los billetes acumulándose en la cartera que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa. Cuando un camión se abalanzó hacia él de un volantazo, casi no tuvo tiempo de tirarse al suelo.
La explosión se originó a un par de manzanas de distancia, pero aún así barrió el exterior del banco con una potencia suficiente como para disparar la alarma de todos los vehículos y tirar al grupo de policías al suelo. Los atracadores habían permanecido alerta y no necesitaron ninguna señal de confirmación por parte de Pliz para saber que aquel era el momento que habían estado esperando.
Sofro embistió la puerta doble, arrancándola de los goznes y tirándola sobre los policías, algunos de los cuales ya había comenzado a levantarse. Nieves y Pliz corrieron detrás suya, impulsando el carrito lleno de maletines con el dinero hasta la furgoneta de cristales tintados que les esperaba en un callejón contiguo.
—Ya pensaba que no vendríais —Séttima miró al resto del grupo por el espejo retrovisor y pisó el acelerador para arrancar bruscamente en cuanto las puertas del maletero estuvieron cerradas. El movimiento fue tan repentino que el carrito se estampó contra las puertas, golpeando a Nieves, que dejó escapar una maldición. Séttima volvió a mirar al retrovisor para lanzarle un beso a la interfecta—. Te he echado de menos, preciosa.
—Y nosotras a ti —contestó Nieves mientras ayudaba a sus compañeros a afianzar el carro con unas correas para que dejase de dar tumbos dentro del vehículo—. Por cierto, la próxima vez Terza se quedará en el coche y tú te encargarás de tranquilizar a los rehenes.
—¿Y eso? ¿Ha habido algún problema?
Antes de que Sofro tuviese tiempo de comenzar a despotricar, Pliz se abrió camino hasta el asiento del copiloto, encendió la radio y se recostó en este apoyando los pies en el salpicadero.
—En absoluto, hemos estado brillantes.
¡Gracias por haber llegado hasta el final! Si os ha gustado el relato, estáis de suerte porque a lo largo del año vendrán otros diez, y si no os ha gustado dadle de comer a vuestros peces (así por lo menos os lleváis algo útil).
Este relato pertenece al OrigiReto2019, un reto de escritura creado por las origijefas Stiby y Katty. El relato cumple el objetivo nº5 (escribe sobre una fuga) y contiene los objetos ocultos nº8 (extintor) y nº12 (mascota, la cabra Marcela).
Espero veros por aquí de nuevo :)
Me ha gustado mucho, fue una lectura muy amena. Los personajes a pesar de ver poco de ellos pude ver su encanto. También me gustó que de cierta forma no sintieran remordimiento por haber matado a la señora del collar, porque después de todo son criminales pero más porque aunque sean los protagonistas de su historia son villanos.
ResponderEliminar¡Saludos!
Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado. Los malos empáticos con un arco de redención cada vez son más populares, así que de vez en cuando me apetece volver a las raíces de "hago el mal porque puedo y me da igual" xD
EliminarHola!
ResponderEliminarEl relato tiene muy buen ritmo y me ha atrapado bastante pero tengo que decir que los nombres de las personajes protagonistas me sacaban un poco de la historia porque todo el rato sentía que eran una enumeración.
Después, según he comprendido, resultan ser todas una única persona que se ha desdoblado para atracar el banco, así que hasta tenía sentido el sentimiento de enumeración que tuve jaja. Me ha gustado el enfoque del final contando varias visiones del accidente aunque me queda con la duda de si las protagonista(s) están implicadas.
He visto algunas tildes que faltan en "ésta(s)" siendo pronombre y dudo de un "detrás suya" porque lo veo mucho escrito pero juraría que no se puede decir porque suya indica posesión y tú no posees a "detrás". Sería detrás de ella, creo.
Es todo! Un abrazo.
Hola!:
ResponderEliminarHa sido muy ameno y fácil de leer. Me he perdido un poco con la historia de los refrigeradores, pero le he cogido el ritmo otra vez enseguida. La fuga muy entretenida, me gusta que las atracadoras no tengan remordimientos y que entre todas consigan cumplir el robo.
Un saludo :)
Genial relato y pegatina, como siempre, muy chulo que no solo hablaras del atraco si no también de la cadena de sucesos y estupenda la pegatina, me pareció muy original también el desdoblamiento.
ResponderEliminarNo se si lo habrán comentado ya pero encontré esto "Prima y Sesta dejaron de rebuscan en los cadáveres objetos..." Pusiste mal rebuscar.
Muy curioso todo, y se hace súper corto, enhorabuena ^^
.KATTY.
"Una vez te acostumbras puedes dejar de prestar atención a esa parte de tu cerebro que tiene ganas de cortarse las venas." Una frase genial en un relato estupendo :_)
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